Unos de los documentos encontrados en Archivo Militar de Segovia , (Signatura 931 / expediente 8.584, f. 19), Amaro Pargo Documentos de una vida I, hemos convertido el manuscrito del castellano antiguo al moderno, tal como hicimos recientemente con el último testamento de Amaro Pargo.

En él, el sobrino de Amaro, Amaro José González de Mesa, describe durante el juicio sobre la herencia del corsario y las reclamaciones del  hijo cubano Manuel de Trinidad Rodríguez, las pertenencias e inventario que se encontró al tomar posesión de su casa (ya desaparecida y sustituida por un moderno edificio de pisos), en la calle Real , hoy Calle de San Agustín, en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, a pocos metros del Convento de Las Catalinas, y de la Plaza del Adelantado.

C/ San Agustín N. 5, (San Cristóbal de La Laguna)

“Inventario de bienes muebles que poseía, en el momento de su muerte, Amaro Rodríguez Felipe en su vivienda de la Calle Real de La Laguna [1747]”

[Archivo General Militar de Segovia, Sección Pleitos, signatura 931 / expediente 8.584, f. 19 rº – 19 vº] […]

De las cosas que aquí se contenían halladas en la casa de don Amaro Rodríguez Felipe en el año de mil setecientos cuarenta y siete, en que murió y de quien fui y soy heredero. En la sala principal, dormitorios y salita, dos crucifijos de marfil con remates de plata, un cuadro en el testero de la sala en que está pintada la imagen de Nuestro Señor Jesucristo en representación de su humildad y paciencia, acompañado de su madre Santísima y el señor San Juan Evangelista; dos docenas de láminas de cobre en guarniciones de madera pintada de negro, que por viejas se desecharon y se pusieron otras nuevas, en las cuales láminas se representan varios anacoretas entre árboles, varios pasajes de la Escritura del Nuevo y Viejo Testamento y otras imágenes, otras no sé cuántas, pequeñas del mismo metal, varias en los tamaños y representaciones, que están colgadas de las paredes y tabiques de dicha casa en los expresados cuartos. Un cuadro en que está pintada una pastora con sus ovejas en representación de María Santísima. Otro cuadro en que está pintado un esqueleto humano con unos letreros en latín que le salen de los dientes. Otros cuadros ovalados con guarniciones de madera doradas en que se ven distintas imágenes de santos y santas. Dos mesas grandes de caoba, una o dos de nogal. Tres roperos del mismo palo. Dos escritorios de color negro. Dos docenas de sillas de nogal y mazorca. Algunos taburetes que se reconocen distintos de los más que se han puesto nuevos en la casa. Dos camas de damasco, una de color carmesí y otra amarilla conocidas del pueblo, por lo que alternativamente sirven de pabellón al Entierro de Jesucristo el Viernes de la Semana Santa en el convento del señor Santo Domingo. De alhajas de plata, un plato grande, un cucharón, dos candeleros, una docena de tenedores y cucharas, una vasija de barba y una pililla de agua bendita. Un catre de madera. En el oratorio, lo que consta del testamento de dicho don Amaro, porque lo demás que contiene lo he puesto yo. En el comedor, los cuadros que persisten colgados y una mesa redonda. En los corredores, los cuadros que lo adornan en que hay pintadas aves y peces. En la caballeriza, tres mulos de cuerno cojo y un caballo inglés, enfermo, y los aperos correspondientes. En los graneros, cosa de cuatrocientas a quinientas fanegas de trigo, cebada y legumbres. En las bodegas, de las haciendas y ciudad, a juicio prudente habría de ochenta a cien pipas de vino y algún aguardiente de todas calidades. En razón de dinero resultará del libro de caja de aquel año. En la cocina, por no haber entrado antes ni después, no puedo decir qué había, lo que quedará a discreción en una casa de tan poca familia. Lienzos, paño de la sierra, colas y jergas para mortajas tampoco puedo decir qué número de varas o piezas había, porque estos géneros se repartieron a pobres, vivos y muertos, sin cuenta ni razón. Estas son las partidas que puedo decir se hallaron en la casa de don Amaro Rodríguez Felipe en el dicho año de mil setecientos cuarenta y siete cuando entré a habitarla […].”

 

Entre sus pertenencias, me ha parecido muy curioso los siguientes bienes del inventario:

  • El esqueleto de un cuadro, que escupe palabras en latín
  • Varios cuadros en un corredor con representaciones de aves y peces
  • Tres mulos de cuerno cojo “tres mulos de querno coxo”, en otras palabras, tres mulos con una pata coja
  • Un caballo inglés enfermo
  • Varias fanegadas de trigo, cereales y legumbres acumuladas en sus graneros, y entre ochenta y cien pipas de buen vino y aguardiente en sus bodegas (que fueron muchas de ellas otorgadas más tarde al hijo de Amaro Pargo, Manuel de Trinidad).

En el contexto histórico del siglo XVIII, una “pipa de vino” se refería a una medida de capacidad utilizada para comercializar y transportar vino. La cabida de una pipa variaba según la región y la época, pero en general, equivalían a  126 galones imperiales británicos, que convertidos al sistema métrico, hablaríamos de 573 litros por pipa. Por lo tanto, contaba entre 50 y 60 mil litros de vino y aguardiente en sus bodegas, lo que equivalían una gran fortuna en esa época.

Interesante también, que el heredero principal de los bienes de Amaro, su sobrino, no se encontrara con demasiadas joyas ni elementos de valor en su casa, salvo alguna  cubertería de plata, muebles de caoba (posiblemente provenientes de la caoba de la zona cercana de La Laguna de Términos, que fue desde donde se aprovisionó de las maderas nobles para su barco Las Potencias de San Román),  y algún que otro adorno, indicando que quizás dichas pertenencias se las entregaran a alguna causa benéfica. O posiblemente, y en caso contrario, hubiera encontrado alguna que otra pertenencia de valor, y simplemente no quiso declararlo en el inventario.

Lo que sí me conmueve era su pasión por los animales. Sus cuadras albergaban a tres mulos cojos, reflejando los años de trabajo y viajes que habían compartido juntos. Estos fieles compañeros habían sido testigos de las numerosas travesías de Amaro, y sus pasos cojos eran símbolo de la vida agitada y aventurera que habían llevado.

Además, contaba con un caballo inglés enfermo, que seguramente había sido su compañero y parte de la familia durante mucho tiempo. Su  fiel aliado, pero al igual que Amaro,  la vejez y las enfermedades habían mermado su fortaleza.

La visión de estos animales en las cuadras evoca una sensación de nostalgia, y deja en evidencia que, a pesar de su éxito en los negocios, Amaro no había dejado de lado su amor por los animales, incluso en sus últimos días.