Fuente: Mistery Planet

Imágenes: Jose Gregorio González

Aunque en su tiempo fue un aguerrido y temido corsario a la altura de Drake y Barbanegra, así como uno de los hombres más ricos e influyentes de su tierra natal, la isla canaria de Tenerife, la historia fue descapitalizando su figura al punto de desterrarlo a un territorio cercano al olvido. Por fortuna, en la actualidad nuevas investigaciones e iniciativas confluyen para sacarlo de su inmerecido confinamiento.

Desafortunadamente, los planes de la multinacional francocanadiense Ubisoft Entertainment no pudieron llegar a buen puerto en 2013, cuando se propusieron convertirlo en uno de los personajes de Assassin’s Creed IV: Black Flag. Para ello financiaron los gastos de la costosa exhumación y análisis de los restos de Amaro Pargo conservados en su panteón familiar en la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, en la ciudad tinerfeña de La Laguna. El equipo de arqueólogos, forenses, bioantropólogos y demás profesionales de la empresa contratada, Arqueomedia, se topó con elementos inesperados al abrir su cripta y exhumar los restos del pirata canario. De pronto, en una tumba en la que esperaban encontrar cuatro cuerpos —el del propio Amaro, los de sus padres y el de su fiel sirviente Cristóbal Linche— identificaron a un total de nueve individuos en un amasijo de huesos amontonados y reblandecidos por la humedad, así como restos de varios niños recién nacidos. Amaro Pargo estaba allí, bajo la lápida de mármol blanquecino que señala su lugar de enterramiento, pero tenía más compañía de la esperada y el trabajo necesitó de un tiempo adicional —se pasó de dos meses a casi un año—, algo incompatible con las estrategias empresariales.

Finalmente, la incorporación de su figura a un DCL (contenido descargable) del juego tuvo que ser descartada. Aún así, el estudio de los restos realizado en el laboratorio forense de la Universidad Autónoma de Madrid en 2014 determinó entre otras cosas que había sido una persona bastante sana a pesar de haber vivido 69 años, una edad importante para su tiempo, midiendo 1,66 de estatura y presentando un rostro alargado y anguloso, así como la huella de una herida de arma blanca en una clavícula y en una costilla.

Las muestras de ADN permitieron verificar la conexión familiar de los allí enterrados, salvo los recién nacidos que responderían a una vieja costumbre, y confirmar que tiene descendientes viviendo no solo en La Laguna, sino también en tierras peninsulares. UN PERSONAJE DESCONOCIDO Los documentalistas de Black Flag se sorprendieron al descubrir la notoriedad que en su tiempo tuvo Amaro Rodríguez Felipe, un personaje cuya memoria en las Islas Canarias ha sobrevivido gracias en gran parte a las leyendas que se gestaron en torno a él por su vinculación con la piratería. La idea de que pudiese, como todo buen pirata, haber dejado oculto algún tesoro en algunas de las muchas propiedades que tuvo en Tenerife, ha mantenido vivo el interés popular por el mismo, algo a lo que sin duda también ha contribuido de forma determinante su relación con una afamada mística de su tiempo, la monja dominica Sor María de Jesús. La religiosa, conocida entre los fieles como La Siervita, es la protagonista de uno de los casos de incorruptibilidad corporal más espectaculares de todo el orbe católico, contando con un proceso de beatificación abierto y una creciente devoción popular.

Amaro Pargo y la religiosa tuvieron un trato que podría calificarse como frecuente, a pesar del régimen de clausura del Convento de Santa Catalina donde vivía la monja; ella le aconsejaba en sus negocios, aventuras de ultramar e inquietudes personales, y él se sentía protegido por una mujer que la sociedad de su época llegó a considerar una santa en vida. Sin duda, con Amaro Pargo estamos ante un personaje en apariencia contradictorio, al que se hace necesario analizar en su contexto y en su tiempo para entender que entre sus actividades podía estar el comerciar eventualmente con esclavos y asaltar barcos pasando a cuchillo a quienes mostraban resistencia, y al mismo tiempo financiar obras en iglesias y conventos, encabezar admirables iniciativas caritativas y asistenciales con presos, niños y pobres, o vivir unas profundas creencias religiosas de las que su devoción por la mística que le orientaba eran una expresión adicional.

Los investigadores Manuel de Paz y Daniel García Pulido, autores de varios volúmenes dedicados a la figura de nuestro protagonista, se aventuran a resumir su fascinante perfil al enumerar las múltiples facetas del personaje, «corsario, hombre de negocios, terrateniente, cosechero, naviero, piloto, banquero o prestigioso depositario de dineros ajenos que, por lo que parece, manejó con bastante rigor y, en fin, generoso benefactor de los pobres y necesitados, aparte, claro está, de devotísimo creyente católico y, por supuesto, también pirata».

Cuadro en el que se representa a fray Juan de Dios, la Siervita y Amaro Pargo. Crédito: José Gregorio González.

Durante la primera mitad del siglo XVIII no solo fue esencial para los intereses de la Corona Española, sino que la prosperidad de su comercio y hazañas propició que acumulara una fortuna equivalente hoy en día a varios millones de euros. Una fortuna que le permitió realizar cuantiosas donaciones, sufragando la construcción o bien la dotación de algunos templos como la ermita de El Socorro en Tegueste, la iglesia lagunera de Santo Domingo o el propio convento de Santa Catalina en los que todavía es posible seguir su rastro, al tiempo que creaba tres mayorazgos con el objetivo de perpetuar su legado. Nació en una familia acomodada de siete hermanos el 3 de mayo de 1678 siendo bautizado según nos cuenta el historiador Manuel Farina González como Amaro Rodríguez Felipe de Barrios Machado Lorenzo de Castro y Núñez de Villavicencio, aunque adoptaría entre otros el nombre de guerra de Amaro Pargo. Tres de sus hermanas serían monjas y compañeras de su orientadora espiritual en el convento catalino, María de Santa Beatriz, Clara de San Juan Bautista y Juana de San Vicente Ferrer, y su hermano menor José Rodríguez Felipe, ejercería como él, aunque con menor acierto, de corsario y marino.

Amaro parecía tener unas dotes innatas para el comercio y desde temprana edad destacó ayudando a su padre en la gestión de negocios y propiedades de la familia. Creció, como la inmensa mayoría de los canarios de su tiempo, con el sobresalto de los ataques navales que todavía por entonces sufrían las islas, un territorio especialmente vulnerable desde tiempos del «Descubrimiento» de América.

La ubicación estratégica del archipiélago en la ruta al Nuevo Mundo y los conflictos bélicos de la Corona, convirtieron a Canarias en un escenario constante de batallas marítimas, asaltos y saqueos, que se afrontaban principalmente gracias a las milicias formadas por el campesinado. También era una época en la que el comercio marítimo con América, que en siglos pasados había representado para España grandes riquezas mediante la importación de tesoros y la exportación de productos locales y europeos, todavía brindaba la oportunidad de una vida diferente, potencialmente más próspera, a quienes se enrolaban en los navíos. El joven Amaro hizo esto último, y por las reseñas de sus biógrafos y lo que cuenta la tradición oral en municipios como La Laguna y El Rosario, antes de ser capitán de sus propios barcos no tuvo reparó en aprender los oficios de la mar desde las posiciones más básicas.

Con el tiempo, llegaría a ser dueño de cuatro barcos compartiendo la propiedad, con algunos capitanes, de varias embarcaciones más. Con ellas comerciaba principalmente en tierras caribeñas con productos que el mismo cosechaba en tierras de Tegueste, Tejina o El Rosario como el vino malvasía y el aguardiente, además de con azúcar, cacao, tejidos diversos, tintes, plantas y —aunque no gusta de ser mencionado— posiblemente también con esclavos. De unos años para acá estamos en disposición de referirnos a Amaro Pargo como corsario, es decir con patente de corso real que le autorizaba a asaltar en tiempos de guerra embarcaciones enemigas de la Corona Española, quedándose con parte de los botines y pudiendo subastar las naves apresadas. A ello, como era habitual en aquellos siglos, es más que probable que se sumara clandestinamente el contrabando de mercancías vetadas, como podía ser el caso de productos británicos, holandeses o franceses, que podía llevar a las colonias americanas.

Pocos dudan en señalarlo como el hombre más rico que se podía encontrar en Canarias en aquellos tiempos, por lo que no es de extrañar que tal y como era menester en la sociedad del momento codiciara reconocimientos nobiliarios que le permitieran cultivar de manera adicional sus relaciones sociales. En este sentido, el periodista Domingo García Barbuzano en la biografía que escribió sobre el corsario, apunta que fue declarado Caballero Hijodalgo el 25 de enero de 1725, y más «adelante obtuvo real certificación de Nobleza y Armas, dada en Madrid, el 9 de enero de 1727, por Juan Antonio de Hoces Sarmiento, que fue cronista y rey de armas de Felipe V».

EL CORSARIO DE DIOS

Con un personaje como él es complicado discernir en ciertas facetas de su vida lo que realmente es verídico de aquello que literalmente se inventó para agrandar, aun en vida, su leyenda. Diversos autores, entre ellos los ya citados De Paz y Pulido, aseguran que está más que justificado el apoyo «Corsario de Dios» que le asignan en sus estudios, tanto por la vinculación que ahora ampliaremos con la monja por la que tanta admiración sentía, como por su incuestionable religiosidad y visible caridad. «Su altruismo y solidaridad —escriben los susodichos autores— vienen avalados por gestos tan increíblemente magnánimos como la mejora de las condiciones de vida de los pobres de la cárcel lagunera (…) o las gestiones que efectuó en una Junta General del Cabildo de 21 de marzo de 1737, en la que, junto a su amigo y socio Juan Pedro Dujardín, propuso que, “a fin de aliviar la situación de los pobres” se pusiera en circulación monedas de “cuartos” y “ochavos” para mejorar la preocupante situación financiera y de liquidez que tanto afectaba a la economía de subsistencia de los habitantes de las Islas».

A ello, suman los autores, la referencia a la importancia de trigo para abastecer Tenerife o las donaciones destinadas a la atención de huérfanos y niños abandonados. Quizá todo ello permita dar la razón a quienes le presentan casi como una rareza, un virtuoso que no bebía y que exigía un buen trato para los esclavos que supuestamente transportaba. Dicen que le gustaba el orden y la disciplina en sus barcos hasta el punto de no admitir en ellos ni el juego ni a las mujeres. Ese recuerdo casi hagiográfico se refleja en muchas anécdotas sobre su vida. Es el caso por ejemplo de su primer viaje, en el que dicen ejerce como alférez y se revela como fundamental para afrontar un ataque naval en desventaja y salir no sólo victorioso, sino con barco propio. El heroico lance habría ocurrido en el año 1701 en el navío «Ave María», que fue asaltado por otra nave mejor pertrechada.

Amaro Pargo le dijo a su capitán que simulara una rendición, lo que hizo bajar la guardia a la tripulación del otro barco de manera que nuestro protagonista pudo furtivamente inutilizar los cañones enemigos. Al retomar el combate toda la ventaja fue para el Ave María y en recompensa —dice la leyenda— el capitán le regaló la embarcación capturada. Cuentan que en una ocasión salvó a una galera del rey del ataque de un corsario inglés acabando con toda su tripulación, lo que le granjeó las simpatías de la Corona. En otro episodio apócrifo, y puede que irreal, se describe su peculiar encuentro con Edward Teach, el legendario y temido Barbanegra, un pulso naval en toda regla que a punto estuvo de terminar en combate. Cuentan que se encontraron en el océano saludándose con sus respectivos cañones, compartiendo durante días una tensa travesía que terminó en un intento de ataque de Barbanegra del que Pargo lograría escapar. Sentía predilección por El Clavel, fabricado en Tenerife y dotado con dos docenas de cañones, al que vio hundirse frente a las costas de Cuba en el año 1728, aunque bajo su tutela estuvieron barcos como El Fortuna, Nuestra Señora de los Remedios, Santo Domingo y Santa Agueda, El Mercader de Canarias, El Blandón o el ya citado Ave María y las Ánimas.

Cuerpo incorrupto de sor María de Jesús.

Algunas de las historias más increíbles que han llegado hasta nuestros días y que han contribuido a mitificar su figura están relacionadas como ya indicábamos al comienzo de este artículo con su admiración y devoción por María de León y Delgado, Sor María de Jesús. El cuerpo de esta monja se mantiene incorrupto desde el año 1731, conservándose en el convento de Santa Catalina en un sarcófago regalado por Pargo. El corsario se hizo cargo de los gastos del entierro y al cabo de tres años, cuando se exhumó el cuerpo y se descubrió su singular condición, costeó el citado y ya mítico sarcófago. El objeto, una pieza de madera policromada cuenta en su decoración con unas orlas en la que fueron grabados cincos versos, cuya primera letra de cada línea permiten forma el apellido de nuestro protagonista. Pare aquí el humano afán A mirar con luz divina Rara ave peregrina Girando al Cielo Guzmán O al trono de Catalina. Otra de las curiosidades de la urna es que cuenta con tres llaves que abren en diferentes sentidos, llaves que además se custodiaron durante mucho tiempo en tres lugares diferentes conservando el corsario una de ellas. No es posible establecer con certeza documental la gestación de ese vínculo ni los detalles de su desarrollo, pero desde luego se vería facilitado o fortalecido por el hecho de tener a tres hermanas en el mismo convento, una de las cuales, Sor Vicente Ferrer, además compartía celda con la mística.

En el delicado sarcófago de madera policromada en el que descansan los restos incorruptos de sor María de Jesús, mística y protectora de Amaro Pargo, se pueden leer cinco versos. En uno de ellos aparece encriptado el apodo del corsario, que se forma con la primera letra de cada línea. ¿Un simple guiño hacia el amigo y generoso benefactor de la comunidad, o tal vez un mensaje codificado?

El régimen de clausura del convento supone un escenario complejo para una relación fluida, pero nadie duda que debió existir. Es en este contexto en el que se sitúan diversos «prodigios» relacionados tanto en la biografía de la monja como del propio corsario. En algunos peligrosos trances vividos por Pargo, ya en batalla o enfrentando alguna virulenta tempestad, el veterano marino invocaba la protección de la monja saliendo ileso de los mismos, mientras simultáneamente en el convento se veía a la religiosa aturdida y afligida rezando por la vida de su amigo. En una ocasión, estando Pargo en tierras americanas fue cosido a cuchilladas a la salida de una taberna, saliendo completamente ileso de aquel ataque mortal. Incluso su agresor, al día siguiente, no pudo más que confesarle su autoría y reconocer el desconcierto que le había provocado aquel incidente, que Pargo atribuyó a la monja. Al regresar a Tenerife y visitar a Sor María de Jesús, la dominica sin mediar palabra le enseñó un cobertor lleno de cuchilladas.

A la luz de los resultados de los recientes estudios forenses es humano verse tentando a pensar que la herida antes mencionada que se detectó en la clavícula y costillas respondiera a ese lance. Otro incidente destacable del que se conserva una «prueba» indirecta en el museo dedicado a la religiosa tuvo que ver una terrible tempestad en aguas del Caribe. Todo apuntaba a que el endiablado mar y los vientos huracanados acabarían para siempre con la vida de Pargo, quien viéndolo todo perdido imploró la protección de la monja lanzando al mar el brazo de un cilicio cruciforme que la religiosa le había dado para protegerle. Al momento, la tormenta cesó sin que tuvieran que lamentar pérdidas humanas ni daños reseñables en el navío, conservándose en el citado museo el resto de la reliquia que la monja custodió hasta el final de sus días.

UN PIRATA, UN TESORO

Amaro Rodríguez Felipe, que falleció el 14 de octubre de 1747, jamás se casó, aunque entre sus amores se encontró Josefa María del Valdespino, dama cubana que daría a luz a Manuel de la Trinidad Amaro, declarado en marzo de 1743 hijo natural del corsario por parte del vicario de La Habana. Al parecer, Pargo lo quiso traer a Canarias, pero ante la negativa de su madre cortó toda relación con ellos, hasta el punto de no incluirlo en el testamento, lo que generaría hacia 1760 un conflicto entre los herederos.

Como era de esperar en alguien tan pudiente y que destacó por sus generosas donaciones a la iglesia y por la sensibilidad que mostró también hacia pobres y presos, su entierro fue solemne recibiendo sepultura en el sepulcro familiar de la iglesia de Santo Domingo. Comenzaba con su muerte la leyenda de su tesoro, pues, aunque dejó un abultado testamento se le presuponía muchas más propiedades y riquezas que las allí reflejadas, incluyendo botines de sus asaltos que temporalmente guardaba, según la tradición en la llamada Cueva de San Mateo, ubicada en la costa de Punta del Hidalgo.

ambién la tradición le atribuye una casa en el barrio de Machado, en el municipio de El Rosario. Cuentan que desde allí observaba el océano y podía detectar cualquier amenaza naval y es precisamente en ese lugar donde los cazatesoros han buscado hasta la saciedad el más valioso botín de Pargo, reduciendo la vivienda a un desolador conjunto de ruinas. En su testamento alude a un libro o cuaderno cuyo paradero se desconoce, marcado con la letra «D», en el que estarían consignadas todas sus riquezas. Al margen de este verdadero tesoro, quien sabe sí perdido para siempre, parte del dinero, de las joyas de oro y plata, así como diferentes piezas valiosas fueron reseñadas en el testamento, un botín que a buen seguro se repartieron tras su muerte quienes le frecuentaban en La Laguna.

Por José Gregorio González para MysteryPlanet.com.ar.

Artículo publicado en MysteryPlanet.com.ar: La increíble historia de Amaro Pargo: entre corsarios y milagros https://mysteryplanet.com.ar/site/la-increible-historia-de-amaro-pargo-entre-corsarios-y-milagros/