Retrato de Miguel Enríquez. 

Un buen día, un joven truhán de origen castellano,  llega a San Juan de Puerto Rico en busca de dinero y fama, y como si de un pasajero más se tratara, irrumpió con ganas de fiesta y de alegrar la noche porto-riqueña, pasarlo bien, y por qué no, conseguir algún que otro negocio embaucando alguna que otra persona influyente que  tropezara con él. José Raimundo Ferrer llegaba a la isla de Puerto Rico en 1720.

Se adaptó rápidamente a la nueva vida, casándose con una ramera a las pocas semanas de haber llegado a la Isla. Tras la boda, explota incluso a la hermana de su recién esposa, obligándola a prostituirse,  asegurándose así unos ingresos fijos.

Bohemio, embaucador, juerguista, mujeriego y “poeta”, irá poco a poco adentrándose en la cultura popular de Puerto Rico. Disfrutaba escuchar las historias de los tripulantes de Miguel Enríquez cuando éstos paraban y se embriagaban en las tabernas, y es que el corsario mulato, era querido por toda la población, pues no sólo tenía fama de ser generoso con el Reino de España aportando riqueza, barcos, soldados, marineros y cubriendo así muchas de las deficiencias que necesitaba el Gobernador de la Isla, sino que ayudaba a restaurarla tras el gran destrozo que dejaban los huracanes a su paso. Se le conoce por su generosidad, pues importaba barcos cargados de cereales y trigo y evitaba la hambruna de su gente. Realmente llego a hacer mucho más por sus paisanos, que los propios oligarcas del sistema, y es que realmente, todos sabían, que quien realmente gobernaba Puerto Rico era Él: Miguel Enríquez.

Abraham Ortelius Map: Antwerp / 1608 (Nueva Hispania / Caribe). Portus Riccus

En el anterior artículo, incluíamos una carta dirigida al gobernador de Jamaica, por parte del Almirantazgo de la Corona Real Británica, destituyéndolo por las pérdidas ocasionadas tras el encuentro con la flota de Miguel Enríquez. Ahora, contamos con la versión opuesta de lo sucedido, y precisamente a puño y letra del propio corsario. No tiene desperdicio.

6.2. Declaración de Miguel Enríquez, dueño y capitán escuadra de corso, que se enfrentó con éxito a la armada Jamaica y Curacao, al gobernador Juan López de Morla.

               Excelentísimo señor: perdone su señoría que no le hayado al instante el memorial que me pidió sobre los gloriosos que ocurrieron contra las armadas de Curacao y Jamaica de la isla de Caja de Muertos. La tardanza está más que lejos pues hasta hace un par de días no me he repuesto de las her daños que recibí en defensa de las armas de su majestad .

               Sucedió que me puse al frente de mi escuadra corso para limpiar estas aguas de contrabandistas, alzados y piratas ingleses y holandeses. Estaba compuesto por nueve barcos de distintos tipos como las balandras “Santa Bárbara”, la capitana, en la que yo navegaba como general, “San Nicolás”, “La María”, “La Popa Azul”, “El Caballo de Mar” y “La Ligera”, las goletas “Santa Garciana” y “San Vicente”, y el bergantín “San Miguel”.

               Zarpe de este puerto y enfilé hacia la isla de Vieques, lugar que desde hace muchos años la Inglaterra y la Holanda tienen puestos los ojos por su proximidad a esta gobernación. Todas las naciones enemigas de España saben quien logre tomarla, ha puesto la primera piedra para conquistar puerto rico, la llave, como vuestra señoría no ignora, de los territorios que su majestad posee en los reinos de las Indias.

               Al llegar a Vieques encontramos a cinco barcos pequeños de pescadores de Santomas, que con chinchorros que capturaban careyes. Quisieron darse a la fuga al divisar la escuadra pero la rapidez con que maniobré no les sirvió de nada y fueron tomados sin casi esfuerzos. Sólo uno dio cierto trabajo porque en el momento de llegar, navegaba rumbo a su isla.

               Antes de enviar las embarcaciones apresadas a San Juan les hice cargo de dos delitos. Uno, por pescar en aguas de nuestro rey, que lo tiene prohibido a todos los que no sean sus súbditos. El otro, por capturar careyes durante el tiempo que ponen los huevos, impidiendo con ello que se reproduzcan y puedan faltar para la alimentación de los vecinos de Puerto rico en tiempos de adviento y cuaresma, que, como bien sabe, está prohibido por Nuestra Madre la Iglesia comer carne o caldo de carne.

               También les pregunté, usando el intérprete que llevaba, cuantos barcos había en el puerto de Santomas y a que naciones pertenecían. Nadie abrió la boca hasta que los amenacé con embarcarlos y lejos de las costas arrojar uno a uno hasta que hablara. El aviso fue medicina santa. Aseguraron que hacía diez días,  poco más o menos, que se habían dado cita quince o dieciséis naves armadas para la guerra de Jamaica y Curacao y que era voz común que estaban aprovisionando para desembarcar en el proveniente Isla. La navegación sería por el sur para no ser vistos desde San Juan y de esta manera caer por sorpresa sobre los vecinos de aquellas tierras con el fin de fundar una colonia cerca de La Aguada, la llave de América. Con ello pretendían impedir el atraque de los barcos de su majestad en las primeras tierras que encuentran de  nuestras Indias desde que zarpan de las Islas Canarias. De esta forma ahogarían las relaciones de la América con la españa.

               Junto con las embarcaciones capturadas en Viques, como recordará vuestra señoría, mandé un mensajero que le pusiera al tanto de los acontecimientos que se avecinaban y que dispusiera las medidas necesarias para la defensa de San Juan por si no decían la verdad y su objetivo era su conquista. El propósito: que fracasara intento tan criminal. También le remití bajo custodia a todos los pescadores de Santomas donde estarían retenidos hasta que los sucesos, que se anunciaban, hubieran concluido y no pudieran dar avisos a los enemigos y de esta manera cogerlos por sorpresa.

               Ante amenazas tan peligrosas, dispuse que mis barcos las desbarataran y los destiné al servicio de su majestad. Lo primero fue reunir en consejo de guerra en la “Santa Bárbara”, la capitana, a todos los maestres de las embarcaciones. Por más de dos horas discutimos que medidas debíamos tomar. Las hubo de todos los colores, pero en concreto tres fueron las de mayor peso.

               Unos, aseguraban que la mejor era esperarlos ocultos en Vieques y que en el instante que aparecieran en lontananza salir e impedir el paso. Fue desechada porque la cercanía de nuestra pequeña isla con las islas Vírgenes. Con facilidad podrían huir y dejarnos burlados.

               Otros, navegar de noche con todo sigilo a Santomas, llegar de madrugada y taponar la bocana de su puerto con nuestras embarcaciones y bombardear por sorpresa aquel nido de contrabandistas y piratas, hundiendo la flota enemiga. Este plan tampoco fue tenido en cuenta por ser muy arriesgado. Si en los primeros momentos el éxito no nos acompañaba, repuestos los enemigos de la confusión, recibiríamos cañonazos desde las propias naves y de los fuertes que protegen el puerto y de cazadores pasaríamos a cazados.

               La tercera, que al final se tomó por ser la más razonable, consistía en navegar hasta la isla de Caja de Muertos y ocultarlos en la parte sur y cuando navegaran a su altura salir la mitad de la escuadra por el poniente y la otra por el levante y cogerlos en medio con fuegos cruzados para que no pudieran escapar.

               La espera se hizo larga y cada momento pedíamos  Dios, nuestro Señor, que no cambiarán de parecer pues si tomaban la ruta del norte todos los esfuerzos quedaría inútiles y la seguridad de nuestra patria muy afectada, si vuestra señoría no había tomado las precauciones oportunas.

               Cansados de esperar y rezar, una mañana clara y luminosa un vigía, que colocado en lo más alto de isleta, gritó: !Barcos a la vista! !¡Por fin íbamos a entrar en combate! A todos nos invadió la alegría de una victoria pero suavizada por los riesgos y peligros a que nos exponemos. Al pasar el enemigo por estrecho entre Ponce y el islote surgieron por ambos lados mis embarcaciones lanzando fuego por todos los cánones.

               Mientras esperábamos entrar en combate les advertí de que manera actuar. Nuestras naves al ser más livianas, moveríanse con mayor agilidad, lo que les ayudaría a esquivar los proyectiles enemigos de mayor calibre y numerosos. Maniobrarían constantemente. Disparar, virar a estribor o babor según las circunstancias. Atacar y retirarse al momento en zigzag para evitar las balas enemigas. También ordené una y mil veces que eludieran el abordaje. En el cuerpo a cuerpo siempre llevamos la peor parte. Debían hacer una falsa retirada a la banda sur de Caja de Muertos y al torcer los perseguidores, uno de nuestros barcos esperarlos con los cánones prendidos.

               Pero una cosa es lo que se programa y otra muy distinta lo que acontece en medio del fragor del combate. Sin embargo, muchas de las disposiciones estudiadas pudieron llevarse acabo gracias a la destreza de los marineros y de contar con mayoría de naves del país, las laladras, que están mejores dispuestas para estos mares.

La batalla, aunque desigual por el mayor número de barcos y mejor dotados del enemigo, en un principio el desconcierto jugó a favor de nuestras armas. Al poco de comenzar, ya habíamos hundido a dos fragatas. Paso a paso la sorpresa fue perdiendo fuerza y la situación se igualó. Entonces se impuso la pericia y el conocimiento de las aguas.

El encuentro duró casi de sol a sol y la lucha fue sin cuartel. Y a pesar de perder gloriosamente seis de mis barcos, pero ellos corrieron peor suerte”les hundimos once y los cuatro restantes dañadas. Una de ellas al emprender la retirada mar adentro, cuando pasaba próximo a la capitana, la “Santa Bárbara”, disparó un tiro, que dio en medio de la línea de flotación. Aquello fue visto y no visto. En poco instantes se hundió y todos los que ibamos en ella, tuvimos que arrojarnos al agua y agarrarnos a los que teníamos más cerca y así salvamos muchos la vida.

               Yo fui el último que salte pero con tan mala fortuna que di con una rodilla en un trozo de madera, que la estropeo, mas ayudóme a seguir en este mundo. Abrazado a ella con todas las fuerza, permanecí hasta las primeras claras del día siguiente, que me rescataron juntos pescadores de Ponce. La única compañía que tuve fueron varios delfines, que hicieron de fieles guardianes para que ningún marrajo intentara tomarme por una gustosa merienda.

!Gracias sean dadas a Dios!

               Permanecí en reposo algunos días en casa de vuestro digno representante en aquel lugar, el teniente a guerra y capitán de las milicias urbanas, don Gaspar de Aponte, y al disminuir la hinchazón de la rodilla, en una silla de posta vine a esta ciudad, donde he permanecido inmovilizaDO  hasta ayer, que tomé papel y pluma para escribir este informe, que con tanta ansiedad me había solicitado.

               Señoría, podéis estar orgulloso de la guerra que mis barcos con sus tripulaciones han realizado. He perdido seis de hélice, pero los enemigos de su majestad católica han salido peor parados: dejaron en el fondo de la mar a once y los restantes tan dañados que con dificultad volverán a navegar.

               Además, han tenido que sacar una buena lección que no olvidarán: Puerto Rico y las islas, que nuestro amado monarca posee en estos mares, están buen resguardo mientras mis embarcaciones puedan moverse sin impedimento. Sin embargo, no sería un buen cristiano si no hago dos recordatorios: Uno, para dar las más rendidas gracias a la Madre de todos los puertorriqueños, la milagrosa Virgen de Monserrate, a la que en momentos más duros de la batalla nos encomendábamos y prometimos ir en romería desde San Juan a su santuario guardando el más absoluto silencio durante los días que dure la peregrinación. El otro, encomendar las ánimas a Dios, nuestro señor, con diez misas cantadas por aquellos marinos que perdieron la vida, lo único que poseían, de manera tan trágica en encuentro tan glorioso para las armas de su majestad, nuestro soberano. !Gloria y honor a súbditos tan esforzados!

               De igual forma ruego a vuestra señoría que cuando tenga a bien, transmita a su majestad acción tan gloriosa y esforzada de mis naves, que siempre estarán a su entero servicio, al tiempo que le sugiera me conceda la merced, que su sabiduría crea más conveniente, de acuerdo con la profesión a la que con tanto esfuerzo estoy consagrado.

               Dios guarde a su señoría muchos años y le llene de gracia como merece su digno proceder

               Puerto Rico, a 21 de Febrero de 1706.

[Firmado.] Miguel Enríquez

Vieques, Puerto Rico

José Raimundo disfrutaba mucho escuchando las historias y novedades que iba absorbiendo cuando compartía con los lugareños aquellas intensas  juergas nocturnas, para luego ir escribiendo y  reflejando el “dicho” popular,  convirtiéndose todo ello  en una curiosa colección de poemas y prosas sobre El Corsario Mulato y Los Traidores de Puerto Rico.  Según relataba Ángel López Cantos en su libro dedicado a Miguel Enríquez, “contrasta este ademán resignado y dócil con las frases hirientes mordaces con las que arremete contra el mismo gobernador y su camarilla. Enríquez solía reunir en su casa por las noches una tertulia compuesta por amigos e incondicionales. Allí hablaban y discutían  de las cosas de la república, y sobre todo , criticaban a sus enemigos. En 1720 llegó a Puerto Rico un tal Raimundo Ferrer, que alardeaba de estar emparentado con la nobleza peninsular. El mulato lo atrajo a su bando y en agradecimiento, escribió algunas poesías satíricas, henchidas de mordacidad contra los adversarios de su protector.

Enríquez participó indirectamente en su redacción. Y, en definitiva, podía considerar el impulsor de tan punzantes versos. Cuando se escribieron estaba preso en el Morro por orden de Danío Granados (el gobernador), con la bendición de sus enemigos. Como era de suponer lo acusaron de ser el instigador y alegrarse con su publicación. No lo negó en ningún momento.”

A continuación mostramos dos poemas de Raimundo Ferrer, recuperados del libro de Ángel López, “Miguel Enríquez”.

Un borrico con bastón, (el gobernador)

un fraile peor que Lutero, (fray Francisco Pizarro)

un Lexes, grande embustero, (Marcos Lexes Moscoso)

un Vizcaino, gran soplón,

un Sodres, gran cagajón, (Francisco de Sodres)

un Moxica hecho malilla, (Francisco Lezcano Moxica)

un Allende, gran polilla, (Francisco de Allende)

un Gálvez, adulador. (Francisco García de Gálvez)

¿No es estupenda cuadrilla?

 

Padre Pizarro (el hermano del Deán Martín Calderón)

ni del rabo de ternera buen bigote,

ni de hijo de puta, buen sacerdote.

Deán y y fray Pablo,

El diablo y su hermano.

 

Un bartolo, qué animal. (Bartolomé Alonso Montero)

un ladrón con un Lozano, (Francisco Lozano Bastante)

un borrico, Laureano,  (Laureano Pérez del Arroyo)

un bajón, otro que tal, (Alonso Quintana, bajonista)

un señor, Carvajal. (Antonio de Carvajal)

un Adriano, zapatero, (el pardo Adrián Gómez)

un Nicolás, el tendero, (Nicolás de Castro)

un Villarán, el esclavo, (Antonio de Villarán)

un portugués con su rabo. (José González)

¡miren cuanto embustero!

 

Entre vivas y Pizarro

Anduvo el carro.

¿Cuál de los dos fue su padre?

Eso dígalo su madre.

Y la información, quirie, quirelisón.

Poema dirigido al gobernador Francisco Danio Granados (1720-1724)

Gobernador inhumano

quieres con capa de ley

ser de todos tirano,

vivir sin Dios, ni rey

 

En el amigo, el delito

no se puede conocer

y en el enemigo es cierto

que sin ser, lo ha de ser

 

Gobiérnate la experiencia

Y verás lo que te digo,

has, hombre, reminiscencia

cuando era Miguel tu amigo.

 

Que todos sus enemigos

los perseguiste cruel

y ahora son tus amigos

para perseguirlo a él.

 

Ni es constancia, ni es razón

ser los hombres tan mudables

porque son sin opinión

o por lo menos son fáciles.

 

El mismo concepto hiciera

si en tu privanza me hallara

y hacer otra cosa fuera

sin juicio, locura vana.

 

Viendo la verdad del mundo,

no se puede admirar,

digan andar que van dando

que por fin ha de parar.

 

Quien vido tanta amistad

y quien ve tanto rigor,

no será temeridad,

 desconfiar de vos, Señor.

 

En la audiencia

fúndose con engaño,

pues sabéis con evidencia

de tantos males el daño.

 

Cuantos rigores, prisiones,

mal tratamiento pagasteis

y ahora amigo le hallasteis

para vengar sus pasiones.

 

¡No son las vuestras, por Dios!

las suyas quieren vengar

vosotros como los otros

servicios de escarmentar.

 

Ellos en nosotros

y nosotros en ellos

escarmentados todos

puede ser que seáis buenos.