En el juicio del Saint Joseph del 27 de marzo de 1712 en Santa Cruz de Tenerife, Alexander Webster, capitán del barco capturado por Amaro Pargo, declaró que tras el abordaje solo quedaron a bordo un hombre y un muchacho. En Comprar el Cielo, el autor reinterpreta esta declaración para introducir a Sean Hora, hijo de Ricardo Hora, como parte de una narrativa que explora su crecimiento personal y su inocente descubrimiento de un mundo lleno de peligros.
Educado en el rígido entorno de los jesuitas en Cádiz, Sean había vivido una vida aislada, sin contacto con otros jóvenes, lo que lo convierte en un personaje lleno de curiosidad y vulnerabilidad. Al embarcar en esta travesía rumbo a Dublín, se ve abruptamente expuesto a las estrictas normas del corso y a los peligros de la guerra marítima, una realidad completamente ajena a su vida protegida.
La vida a bordo estaba regida por unos códigos de conducta, en los que se incluía por ejemplo, la prohibición de juegos de naipes, asociados con el pecado y las apuestas. Sin embargo, a Sean se le permitió jugar al juego de Los Cientos, un pasatiempo común en los siglos XVII y XVIII, cuyas reglas se han perdido. En su caso, se le permitió participar debido a su condición de joven prisionero que solo buscaba pasar el tiempo, sin dinero para apostar. El juego, compartido con Collins, se convierte en uno de los pocos momentos de distracción en su vida a bordo.
La nobleza de Sean también lo distingue en su paso por Santa Cruz de Tenerife, donde los jóvenes locales lo observan con admiración. En un gesto generoso, regala un libro ilustrado a los canarios para ayudarlos a aprender a leer y combatir el analfabetismo. Su amistad con Juan, un joven chicharrero, se profundiza cuando Sean le promete mantener el contacto por carta, sugiriendo un futuro reencuentro. Este gesto inspira a Juan a aprender a leer y escribir, con la esperanza de unirse a la tripulación de Amaro Pargo en el futuro como grumete y asistente del escribano Sebastián Curbelo.
La obra también refleja la documentación histórica, como el almuerzo que compartieron Amaro, Juan Antonio Moermans y Webster en una taberna del puerto, cuya factura fue registrada como un gasto en la subasta de los bienes del Saint Joseph. La historia de Sean Hora simboliza la transición de la inocencia al conocimiento, mientras descubre las duras realidades del mundo corsario, y su interacción con los canarios refleja la posibilidad de crecimiento personal incluso en medio de la adversidad.