René Duguay-Trouin, nacido el 10 de junio de 1673 en Saint-Malo, se destacó como uno de los corsarios y almirantes más exitosos de la historia naval francesa. A temprana edad, su vida dio un giro drástico tras ser expulsado del seminario, donde se ganaba fama por perseguir novicias en lugar de cumplir con sus estudios religiosos. Este cambio lo llevó a iniciar una carrera en el mar, que rápidamente lo convirtió en una leyenda gracias a su valentía y habilidad táctica.
A los 18 años ya tenía el mando de un navío corsario, y desde allí sus ascensos fueron meteóricos: Capitán de los veleros del Rey a los 24 años, Caballero de la Orden de San Luis a los 34, y jefe de escuadra a los 42. Su vida estuvo marcada por numerosos combates navales, participando en más de 80 batallas y abordajes entre 1689 y 1711. A pesar de los horrores de la guerra, su reputación fue construida sobre su firmeza y habilidad como líder nato, y su lealtad a la corona. En sus memorias, Duguay-Trouin describió la fatídica noche en que su contramaestre fue brutalmente aplastado entre su barco y un enemigo durante un abordaje: “Nuestro maestro de tripulación saltó primero, pero cayó entre ambos barcos, y sus miembros fueron destrozados al chocar las naves. Parte de su cerebro quedó sobre mis ropas”.
Duguay-Trouin también desempeñó un papel fundamental en la Guerra de Sucesión Española, en la que participó activamente con sus navíos. Sin embargo, el evento más célebre de su carrera fue la toma de Río de Janeiro en 1711, una hazaña que había comenzado a planear desde 1706. Esta expedición tenía como objetivo interceptar la flota de oro que provenía de Brasil y llevar a cabo una operación corsaria contra la colonia portuguesa.
Con una flota de 15 navíos y 6.000 hombres, Duguay-Trouin lideró un ataque sorpresa sobre la ciudad de Río de Janeiro. La bahía, protegida por fuertes y aparentemente inexpugnable, fue asaltada con éxito por el corsario, quien desembarcó sus tropas y tomó el control de la ciudad después de varios días de combates intensos. Tras once días de asedio y combates, la ciudad cayó, y los portugueses se vieron obligados a negociar y pagar una enorme suma en oro y mercancías tropicales para evitar la destrucción completa.
El éxito de esta expedición fue rotundo: no solo liberó a 500 prisioneros franceses, sino que también consiguió una jugosa recompensa en forma de botín y mercancías. El valor de la operación se estimó en más de 25 millones de libras, y aunque una tormenta hundió algunos barcos en el viaje de regreso, los inversores privados que apoyaron la misión obtuvieron un 92% de ganancias.
Aclamado por Luis XIV a su regreso a Francia, Duguay-Trouin fue recibido como un héroe. El éxito de la expedición a Río de Janeiro contribuyó significativamente a elevar la moral en Francia, que en ese momento sufría bajo el peso de la Guerra de Sucesión Española. Duguay-Trouin continuó sirviendo a la Marina Real durante los años siguientes, llegando a ocupar altos cargos como jefe de escuadra y miembro de la Compañía de las Indias. En sus últimos años, se dedicó a escribir sus memorias, donde narra con humildad y detalle sus aventuras y reflexiones sobre la vida en el mar.
René Duguay-Trouin murió en París en 1736. Aunque inicialmente fue enterrado en la iglesia de Saint-Roch, sus restos fueron trasladados en 1973 a la catedral de Saint-Vincent en Saint-Malo, su ciudad natal, en homenaje a su legado.
En el libro Comprar el Cielo, se menciona la posibilidad de que Guillaume Grave, haya participado en uno de los combates narrados. Aunque no se tiene certeza de que Grave estuviera en ese encuentro específico, es indudable que ambos corsarios, tuvieron que haber coincidido en algún momento de sus vidas, dado el cruce frecuente de sus caminos en el mundo naval.