“—Sí, sí, claro… Váyase tranquilo, que yo, Miguel Hoyos, avisaré a Sarjora, que es como se le conoce aquí, tan pronto aparezca por esa puerta… Usted con Dios, y yo me encargo de decirle eso de que Vester le espera —concluyó el muchacho antes de que Jacinto se despidiera y cruzara nuevamente la fonda,….”
Miguel Hoyos es un personaje ficticio creado para la trama, y este joven muchacho, de apenas dieciocho años de edad, se presenta con una complexión delgada, y una piel tostada por el sol. Habla con un marcado acento gaditano, lleno de expresiones que delatan su origen humilde. Aunque su vestimenta es sencilla, compuesta por unos pantalones de lino y una camisa de algodón algo descolorida, siempre la mantiene limpia y arreglada. Es extremadamente leal a Manuel Alacid, el dueño del mesón al que considera como un padre, pues Manuel lo acogió tras la muerte de su propio progenitor, un ayudante muy conocido de un adinerado criador de caballos en Las Lomas de San Francisco, una localidad a las afueras de Cádiz.
Miguel se encarga de los caballos que llegan al mesón, una tarea que realiza con dedicación y esmero. Se ocupa de darles de comer heno y avena, además de algunos manojos de hierbas frescas como tréboles y alfalfa, que siempre busca en las cercanías, sabiendo bien qué tipo de plantas favorecen la digestión y el bienestar de los animales. También, cuando uno de los caballos muestra signos de incomodidad o fatiga, Miguel recurre a los remedios tradicionales que ha aprendido de su padre y otros trabajadores del campo. Utiliza cataplasmas de hierbas como la consuelda, para aliviar contusiones, y emplastos de arcilla mezclada con vinagre y romero, aplicándolos sobre las patas para reducir la hinchazón. En invierno, suele preparar una infusión de ajo y miel que mezcla con la comida de los caballos para fortalecer sus defensas.
Miguel es meticuloso con la limpieza de los establos. Cada mañana, antes de que el sol asome completamente, él ya está recogiendo el estiércol y cambiando la paja, manteniendo siempre los suelos secos y el aire lo más fresco posible, lo cual es especialmente apreciado por los viajeros más acaudalados que dejan sus monturas bajo su cuidado. Con una vieja escoba y agua limpia, repasa las piedras del suelo hasta que brillan, dejando todo impecable. A menudo, las personas de alta sociedad que se hospedan en el Mesón, agradecen su dedicación con generosas propinas, que Miguel acepta con una mezcla de orgullo y gratitud.
Su eficiencia y respeto por los caballos le han dado una reputación sobresaliente en el mesón, conocido simplemente como “El Mesón”. Manuel Alacid siempre se jacta de tener al mejor mozo de cuadra en toda la región, y Miguel, con su humildad característica, solo responde con una sonrisa y un agradecimiento. La relación entre Miguel y Manuel es más que la de un jefe y su empleado; es una conexión de familia no biológica, cimentada en la confianza, el respeto mutuo y una lealtad inquebrantable.