Miguel Enríquez o Henríquez (1674–1743) fue un corsario afroespañol, hijo de una esclava y nieto de una esclava negra angolana que nunca aprendió el castellano. A pesar de sus orígenes, llegó a convertirse en uno de los hombres más ricos del Caribe, comandando más de 30 barcos, 1.500 marineros y 250 esclavos, y recibiendo honores como la Medalla de Oro de la Real Efigie por Felipe V en 1713. Su vida y carrera están llenas de similitudes con la de Amaro Pargo: ambos desafiaron las normas sociales y raciales de su tiempo y utilizaron la patente de corso para navegar entre la legalidad y la piratería, protegiendo los intereses españoles en una época de grandes tensiones en el Atlántico y el Caribe.
Enríquez destacó por sus acciones contra las flotas inglesas que operaban desde Jamaica, capturando barcos y participando en misiones militares decisivas, como la expulsión de los ingleses de la isla de Vieques. Sin embargo, su éxito también lo convirtió en blanco de intrigas. Un pacto secreto entre José Patiño, desde la Corona española, y los británicos estipulaba que estos dejarían de hostigar el comercio español a cambio de la eliminación de Enríquez, a quien consideraban “un perro sin alma”. Este pacto coincidió con la campaña del gobernador británico Woodes Rogers, quien cazó a los piratas más famosos de la Edad de Oro, marcando el declive de Enríquez.
A lo largo de su carrera, Miguel Enríquez fue objeto de envidias y conflictos con las autoridades locales, lo que lo llevó a ser encarcelado en varias ocasiones. Sin embargo, siempre lograba reconstruir su imperio, obteniendo victorias legales y protegiendo sus intereses comerciales. En 1727, capturó más de 50 barcos ingleses, ganándose el apodo de “The Grand Archvillain” por parte de los británicos. Su influencia se extendió por todo el Caribe, e incluso los piratas lo temían y respetaban.
Una parte clave de la defensa de Enríquez fue la obra de José Raimundo Ferrer, un escritor de prosa satírica que ridiculizaba a las autoridades que lo perseguían. Ferrer utilizó el humor y la burla para exponer la hipocresía de las élites que se beneficiaban del comercio ilícito mientras atacaban a Enríquez, quien operaba en los márgenes de la legalidad. La prosa de Ferrer es un testimonio de cómo la literatura también fue una herramienta de resistencia frente a las injusticias de la época, y contribuyó a proteger la reputación de Enríquez ante los ataques de sus enemigos.
A continuación mostramos dos poemas de Raimundo Ferrer, recuperados del libro de Ángel López, “Miguel Enríquez”.
Un borrico con bastón, (el gobernador)
un fraile peor que Lutero, (fray Francisco Pizarro)
un Lexes, grande embustero, (Marcos Lexes Moscoso)
un Vizcaino, gran soplón,
un Sodres, gran cagajón, (Francisco de Sodres)
un Moxica hecho malilla, (Francisco Lezcano Moxica)
un Allende, gran polilla, (Francisco de Allende)
un Gálvez, adulador. (Francisco García de Gálvez)
¿No es estupenda cuadrilla?
Padre Pizarro (el hermano del Deán Martín Calderón)
ni del rabo de ternera buen bigote,
ni de hijo de puta, buen sacerdote.
Deán y y fray Pablo,
El diablo y su hermano.
Un bartolo, qué animal. (Bartolomé Alonso Montero)
un ladrón con un Lozano, (Francisco Lozano Bastante)
un borrico, Laureano, (Laureano Pérez del Arroyo)
un bajón, otro que tal, (Alonso Quintana, bajonista)
un señor, Carvajal. (Antonio de Carvajal)
un Adriano, zapatero, (el pardo Adrián Gómez)
un Nicolás, el tendero, (Nicolás de Castro)
un Villarán, el esclavo, (Antonio de Villarán)
un portugués con su rabo. (José González)
¡miren cuanto embustero!
Entre vivas y Pizarro
Anduvo el carro.
¿Cuál de los dos fue su padre?
Eso dígalo su madre.
Y la información, quirie, quirelisón.
A pesar de sus logros, Enríquez murió en la pobreza, habiendo perdido todo su poder e influencia debido a las intrigas políticas. Pasó sus últimos años en un convento, cuidado por su hija, quien era monja. Siempre existió la sospecha de que fue envenenado, una teoría que su hija compartió en una carta dirigida a Felipe V, en la que insistía en que su padre no había muerto de causas naturales.
Miguel Enríquez, al igual que Amaro Pargo, dejó una huella imborrable en la historia del Caribe. Ambos corsarios, a pesar de sus orígenes humildes, lograron amasar grandes fortunas y navegar entre la legalidad y la ley del más fuerte durante la Edad de Oro de la Piratería.