“Cuidado con abrir el pico más de la cuenta, ¿lo entiende? ―le advirtió Webster, y continuó―: No quiero que ninguno de esos contrabandistas sepa que estamos aquí, ni la naturaleza de nuestro negocio”…

Y ahí estaban observando a Jacinto mientras se posaban sobre el tablón de madera donde servían aguardiente… Los contrabandistas, son sin duda, personajes de ficción que establecen una comunicación directa con Jacinto Arrieta cuando este buscaba al señor Ricardo Hora en el Mesón.

Se sabe que Jacinto de Arrieta iba en el Saint Joseph cuando el bergantín entró en la bahía, pero se desconoce el desenlace del joven artillero vasco.

A principios del siglo XVIII, el contrabando en la Bahía de Cádiz y otras áreas clave de comercio marítimo en España estaba en auge debido a las restricciones comerciales impuestas por la Corona y las potencias europeas, que generaban un mercado negro altamente lucrativo. Los contrabandistas actuaban tanto de forma solitaria como en “gremios” creados para tal fin y se especializaban en evitar las tarifas aduaneras y las prohibiciones comerciales impuestas por la política mercantilista de la época.

Cádiz era uno de los puertos más importantes del Imperio español, conectado a rutas clave hacia América y otras partes de Europa. Esto lo convertía en un punto caliente para el contrabando de bienes como tabaco, textiles, especias y metales preciosos, que eran altamente demandados y, en muchos casos, sujetos a fuertes impuestos o restricciones comerciales.

Algunos “conseguidores” operaban de manera similar a los piratas, utilizando tácticas furtivas para abordar y capturar barcos en la bahía o en alta mar. Estos contrabandistas podían ser despiadados, atacando a escondidas durante la noche o en condiciones de baja visibilidad, y se enfrentaban con frecuencia a la armada española y a corsarios con patente de corso.

Utilizaban pequeños botes o embarcaciones rápidas y maniobrables para cargar y descargar mercancías rápidamente, a menudo en calas ocultas o áreas de difícil acceso para las autoridades. También podían recurrir al soborno de oficiales portuarios y aduaneros para pasar desapercibidos.

A su vez,  los contrabandistas no actuaban solos. Operaban en redes organizadas que incluían desde marineros hasta comerciantes establecidos y nobles que se beneficiaban del comercio ilegal. Esta colaboración les permitía mover mercancías de manera eficiente y reducir el riesgo de ser capturados.

A pesar de su reputación como ladrones despiadados, también eran vistos por muchos como héroes populares, especialmente en tiempos de escasez o crisis económica, ya que proporcionaban bienes que de otra manera serían inaccesibles o prohibitivamente caros.

En “Comprar el Cielo”, nuestros contrabandistas introdujeron en la historia, los dragones, una versión recortada del trabuco, con un cañón corto de gran calibre y cuya boca está acampanada con un grabado en forma de dragón. Los dragones eran generalmente suministrados a las tropas de caballería (en especial a aquellas del mismo nombre) que necesitaban un arma ligera y sencilla de maniobrar. El dragón solamente era efectivo a corto alcance, careciendo de precisión a largo alcance.