El Cebolla, como lo conocen sus compañeros, pasajeros y tripulantes del Bravo, es un carismático personaje ficticio creado para la trama. Aunque no existió en la realidad, encarna la esencia de esos marineros sencillos y dedicados que podían encontrarse en cualquier embarcación de la época.

 

“―Esta comida es la mejor que hemos tenido desde que salimos de Sevilla. Nos están dando un buen trato. Eso, sin duda, es de agradecer ―le comentó Webster.

―Capitán, yo afirmaría que incluso supera a la comida de Sevilla ―interrumpió Enrique Hall, mientras disfrutaba con apetito su ración, sosteniendo cuidadosamente el recipiente sobre sus piernas para evitar derrames con el constante movimiento del barco.”

 

El Cebolla es una persona introvertida y risueña, siempre pendiente de que no falte agua hirviendo para los momentos especiales y preparado para servir jícaros de cacao caliente a los tripulantes del Bravo. Su naturaleza bondadosa se extiende incluso al cuidado de los prisioneros, como fue el caso cuando al llegar a tierra, tres tripulantes del Saint Joseph, entre ellos Enrique Hall y el capitán Webster, elogiaron ante el juez el buen trato recibido durante su cautiverio a bordo del Bravo. Se sabía que, aunque permanecieron inmovilizados en las bodegas, no les faltó atención ni provisiones, en gran parte gracias a la dedicación del Cebolla.

 

Su apodo proviene de una curiosa peculiaridad: sus ojos siempre parecen brillosos e irritados, como si constantemente estuvieran en contacto con el agua de cebolla. Sin embargo, Salazar y el Alisio comentaban al joven Hora que en realidad se debía a que “estaba todo el día fumando”. El Cebolla se abstraía de todo lo que no concerniera a sus responsabilidades a bordo y se dedicaba por completo a tener siempre la comida lista para los diferentes mandos y pasajeros.

 

Una de sus aficiones, que lo mantenía relajado y concentrado en su tarea, era fumar con una pipa de marfil que había conseguido en uno de sus abordajes frente a las costas africanas. Fue allí donde se hizo amigo de un prisionero berberisco, quien le enseñó el arte de fumar kif, una tradición oriunda de las montañas norafricanas, popular entre los piratas de la región.

 

Cuando el Cebolla navegaba por los mares caribeños, adaptó su afición a las circunstancias, sustituyendo el kif por cáñamo, la misma planta que se cultivaba para fabricar cabos, sogas y velas. Esta introducción de la marihuana en el entorno tropical del Caribe se convirtió en una práctica común entre los marineros, quienes encontraban en ella un alivio frente a las adversidades y temores de la vida en alta mar.